viernes, 3 de enero de 2014

Donde habita el pobre

En la entrada anterior os decía algo así como “vamos a intentar hacer entradas más cortas y frecuentes a partir de ahora”. Como veis, no ha sido posible ¡Intentaremos no hacer más promesas que no vayamos a cumplir! Y además esta entrada va a ser la más larga de las que he escrito, y es que no la puedo comprimir. Consideradlo nuestro regalo de Navidad

En esta entrada os quiero contar como está siendo mi experiencia en el centro de salud de New Kru Town, al que me ha tocado ir a trabajar este último mes. Este centro de salud ya ha aparecido antes en nuestro blog, en concreto en la última entrada de Javi, y os mostrábamos alguna imagen del sitio y del barrio de New Kru Town. Este barrio se creó después de la Segunda Guerra Mundial para dar un espacio que habitar al clan de los Kru, que habían tenido que ser evacuados de su antiguo barrio para que el gobierno pudiera construir un nuevo rompeolas para el puerto de Monrovia. Como todos los barrios de la ciudad, destaca por su destartalado y sucio aspecto, como ya visteis en las fotos, siendo este uno de los más pobres de la ciudad. Los Kru son uno de los clanes que habita el territorio de Liberia desde hace cientos de años, y está formado por miles de personas esparcidas por todo el país; cuenta con su propia lengua (muy parecida a la de otros clanes vecinos) y su propia jerarquía. Es muy interesante que, cómo pasa en muchos países vecinos, al margen de la justicia del Estado se encuentra la justicia interna de los clanes o tríbus, en las que el jefe de la comunidad es el encargado de mediar en las posibles disputas que pueda haber. Esto es algo que sigue sorprendentemente arraigado a pesar de los muchos años de gobierno occidentalizado que lleva este país.

Google maps, buen amigo.
 Como veis en el mapa, este barrio es prácticamente el límite norte de la ciudad de Monrovia, y allí, entre las chabolas mismas, encontramos el centro de salud: el “St. Joseph’s Catholic Health Center”, hermano pequeño del hospital y que depende de este en todos los sentidos. Este centro de salud fue muy dañado durante la guerra y fue remodelado gracias a las donaciones del gobierno de España, del ayuntamiento de Valladolid y del gobierno Vasco.

Según el mapa el tiempo de trayecto entre el hospital y el centro de salud son 17 minutos… supongo que se refiere a un viaje en condiciones ideales de tráfico. Todas las mañanas salimos del hospital a las siete y por los menos hasta las ocho y media no llegamos al centro de salud. A a la vuelta se tarda más todavía porque hay más tráfico: lo normal es salir a las cuatro y llegar a eso de las cinco y media. El trayecto lo realizamos en una de las camionetas del hospital encargadas de llevar al personal desde el hospital, o algún otro punto intermedio, hasta el centro de salud. Y en este punto ya empieza el mundo liberiano al 100%. Cada día veo llegar a Togaru con la furgoneta.
Togaru
Es el conductor, una persona activa y nerviosa, un poco gruñona si las cosas se retrasan, pero siempre dispuesto a ayudar (que además se encarga del generador del centro de salud, de hacer tareas de limpieza, y de alguna otra cosa más); me subo el primero, en la puerta de la casa de los hermanos, y minutos después veo subir a mis compañeros de trabajo, sonando ya de fondo  alguna cadena de radio con música liberiana o con alguna discusión social o política. Les saludo, me saludan, se saludan entre ellos y de vez en cuando surge alguna conversación cargada de risas. Lo más normal es que no me entere absoultamente de nada en la conversación, ya que el famoso “kolokua” me lo impide. A veces me hablan a mí y tengo que poner en juego toda mi capacidad comprensiva para poder seguir la conversación con un mínimo de elegancia. Aunque siendo sinceros, suelo quedarme dormido a medio trayecto, ya que el ronroneo de la furgoneta junto con lo temprano de la hora me acaban ganando la batalla.

Theo

El porche a la entrada del centro de salud
Finalmente, llegamos al centro de salud. Cuando llegamos, el guardia de seguridad, Theo, una persona alegre (muy alegre), generosa y cercana, ya ha abierto las puertas exteriores y los pacientes se han sentado debajo del porche a la entrada. Allí esperan. Y más les vale ser “pacientes”, porque la mayoría no saldrá del centro de salud hasta las 2 de la tarde. Y esto es porque el ritmo africano impera a lo largo del día. Un ritmo que entiende poco de eficiencia temporal, en el que la gente parece que no tiene prisa ninguna por acabar. Y al que un europeo como yo lo mejor que puede hacer es unirse y disfrutarlo, ya que la opción de la lucha no llevaría más que a la desesperación.

La actividad primera para los trabajadores del centro es esta: “to eat some rice”. Cuando se abre el centro de salud, mientras la señora de la limpieza, So, una mujer que lleva muchos años trabajando en el centro y que siempre tiene una sonrisa de tranquilidad en su gesto, se encarga de adecentar un poco el interior, todo el personal se dedica a comer un plato de arroz (o más frecuentemente, varios comen a la vez de una pequeña fuente) acompañado de algún tipo de salsa hecha a base de pescado o carne, y que en el 100% de los casos es tan picante que todos empiezan a sudar según lo comen… y no quiero hablar de lo que puede pasarte a ti, ingenuo español, si intentas probarlo: más te vale tener un litro de agua bien cerca. La comida siempre la trae Dede, una mujer de 45 que está en la flor de la vida. Explosiva, risueña e hiperactiva, no para quieta un momento. Para el liberiano, el arroz es la base de la dieta. Siempre lo dicen: un día sin comer un plato de arroz es un día sin comer. Es su única forma de sentir que han comido, aunque solo lo hagan una vez al día.  Y el picante es lo segundo en importancia, también lo consideran fundamental para sentirse saciados.

Dede pelando naranjas

El ritual del arroz:




Dede, la genuina

Cuando el ritual del arroz ha finalizado, Mr.Bright, el encargado de los archivos, un musulmán tranquilo, pausado y solemne, que irradia paz a su alrededor, sale a fuera a explicar a los pacientes como va a ser el proceso de registro antes de ser atendidos. Se les dará una tarjeta verde si es la primera vez que vienen, y luego se les abrirá una historia clínica.  El precio de una tarjeta verde es de 100 LD (1 €) y el de la consulta junto con las medicinas básicas es de 350 LD (4€) para adultos y 250 LD (2,5€) para los niños. Es importante el dato de que los pacientes tienen “tarifa plana” de medicamentos, o más bien, “todo lo que puedas comer”, luego entenderéis por qué. Todo esto se les explica a los pacientes, aunque en general ya lo saben y vienen con el dinero ya preparado. Sin embargo, no todo está incluido en la consulta. Las pruebas de laboratorio hay que pagarlas a parte, y cuestan cada una entre 1 y 2 dólares americanos, y ciertas medicinas específicas (medicinas intravenosas o intramusculares), también deben pagarlas a parte. En conclusión, el total de los gastos que hacen los pacientes en el centro suele ascender a unos 500 LD (unos 5€).
Jackelin y Pa Bright registrando a lo
 En ninguno de ellos es esta una cantidad indiferente al bolsillo, y muchas veces hay que regatear un poco con ellos para que acepten hacerse alguna prueba concreta. Pero ya os explicaré sobre esto más adelante. En cuanto a que el centro de salud sea de pago, me remito a lo que os contaba en una de mis primeras entradas: para nosotros lo lógico sería crear un centro de salud gratuito para esta gente tan pobre, pero la realidad económica del Hospital y la Orden de San Juan de Dios, junto con la realidad social que se vive en Liberia (sería un gran fallo dar sanidad totalmente gratuita a estas personas, mientras no exista un sistema público sobre todo, porque se les estaría “mal educando” en el ahorro para la salud), lo impiden. 

Hace poco me entere de que antes de la guerra el hospital y el centro de salud eran excepcionalmente baratos para los liberianos, ya que a los blancos que venían se les cobraba una tarifa más “occidental” y con eso se conseguía pagar a los liberianos. Tras la guerra, a pesar de que todos los blancos habían huido, se consiguió mantener un precio barato debido a las grandes donaciones que el hospital recibió de Caritas española y alemana (entre otros), pero una vez pasada la “fama” temporal que la guerra dio a este país, el hospital está ahora a dos velas. Hace dos años se pensó en cerrarlo ya que la situación era insostenible y se dio ese aviso al gobierno liberiano, que ante el riesgo de perder uno de los mejores hospitales del país le metió en los presupuestos del estado (cosa que le da para sobrevivir y no más). Sin embargo la lucha con el gobierno por conseguir mantener un mínimo de subvención es constante.
Mr.Bright en el registro de historias clínicas de los pacientes.
Todo un despliegue tecnológico, como veis.

Nelson en el encuentro inicial
Pero bueno, me voy del tema, estaba explicando cómo se desarrolla la mañana en el centro de salud. Una vez los pacientes han entendido el proceso de registro, entran dentro del centro de salud y se sientan en el zona central. Lo primero que se hace es rezar y tener una breve sesión de formación en salud. Ambas cosas las hace Nelson estos días, un enfermero que pasa consulta en el centro de salud. Se trata de una persona recia, sencilla y con un inmenso corazón, que ama a su país y quiere ayudarle a salir de la miseria en la que se encuentra; y ha sido la persona de la que más amigo me hecho en estas semanas. Este momento de oración es uno de los más especiales de la mañana, donde uno realmente palpa las diferencias culturales entre este país y el nuestro. Nelson lo inicia con unas palabras y eleva un canto que todos los pacientes conocen, un canto que se debe de entonar de vez en cuando en todas las iglesias del país (cosa que no es tan obvia ya que hay decenas de tipos de iglesias cristianas aquí), y que le hace a uno enmudecer. Un aura de paz, de misterio, de exotismo se hace presente en el centro de salud mientras se escucha el canto. Y es que, no contentos con cantar todos lo mismo sin desafinar, la gente es capaz de dividirse de forma espontánea en diferentes voces, agudas y graves, escuchándose a la vez varias notas armónicamente solapadas según avanza el canto. O incluso alguna mujer a veces se pone a liderarlo espontáneamente. Y esto le hace a uno preguntarse si acaso no habrían quedado todos la tarde anterior para practicar. Pero cuando día tras día el canto no disminuye su calidad, la única conclusión posible es que en esta parte de la Tierra la gente tiene un don especial para la música, y que han sabido aprovecharlo bien.

Todo esto a los españoles nos es totalmente llamativo, y sobretodo, muy ajeno a nuestro tipo de sociedad en la que la religiosidad está casi únicamente dentro del plano de lo personal o lo familiar. ¡Imaginaos que al capellán del Hospital la Paz le da por organizar cantos y oraciones en las salas de espera! Sin embargo en la sociedad liberiana, como ya hemos escrito otras veces, la religión está a flor de piel y presente en todos lados, en general en forma de alegría y gratitud (quizá nos equivocamos en el pasado en España con la forma de plantearla).


En cualquier caso, os dejo aquí una muestra de lo que suele suceder cada mañana, grabado con fragmentos de varios días. El audio podría tener mejor calidad, pero lo grabé con el móvil... aún así, creo que se aprecia más o menos lo que he descrito. Oiréis la voz de Nelson, el que lidera las canciones, y también aparezco yo  perdón por la intrusión , que algunas veces me he unido con la guitarra española para ofrecer a los pacientes algún canto en nuestro idioma (animado por mis compañeros del centro de salud). Nelson me pidió luego que se lo grabara para aprenderlo.



Tras la oración llega el momento de la charla de salud. Nelson vuelve a tomar la palabra, y habla a los pacientes de temas diferentes. Unos días sobre la malaria, sobre cómo prevenirla, otros días sobre enfermedades de transmisión sexual, otros días sobre cómo cuidar la alimentación y la higiene para evitar ciertas enfermedades, etc. Se trata de una educación vital para el futuro de este país, en el que la medicina preventiva tiene muchas vidas que salvar. De nuevo, algún día me quise unir yo y hablé sobre la fístula vésico-vaginal, al igual que Gonzalo alguna vez, para ayudar a potenciar un poco el proyecto de nuestra amiga Carmen para “Mujeres por África”. Nelson tenía que ir repitiendo lo que yo decía, ya que no pocos pacientes eran incapaces de entender mi inglés, cosa que también ha sido un problema en las consultas (en las que yo tampoco les entiendo a ellos muchas veces… ¡pero todo sale adelante!).



Un detalle muy curioso: se ve como las madres llevan aquí habitualmente 
a sus hijos a la espalda, usando telas atadas como mochila. Y ellos a dormir tan traq

 Tras este encuentro inicial, los pacientes se repartían por las consultas, pasando primero por Jackelin, una mujer risueña y con un brillo especial en los ojos, que es la cajera del centro. Los primeros días empecé a pasar consulta junto a Nelson, para ir adaptándome a los usos y papeleos del centro, así como a las enfermedades y las herramientas que usaban para tratarlas. Luego pasé ya a estar solo en una consulta… mi primera consulta como médico. Esta ha sido una experiencia inolvidable, cargada de dificultades y alegrías, de tristezas y de éxitos, de limitaciones y de avances. El número de pacientes que he visto cada mañana no es muy alto, un máximo de 12 y un mínimo de 5. Esto es porque yo acababa de empezar nuevo y tampoco me querían saturar con pacientes, pero sobre todo a que el número de pacientes que van al centro es pequeño, dicen que por el precio. Pero para mí, sea el número que sea, cada mañana es un mundo y un reto. Y cada mañana acabado muy muy cansado, tanto física como emocionalmente. Y, también por eso, sé que está siendo grande la experiencia.
Los casos que veo son muy variados. Desde casos pediátricos, a casos en ancianos. He visto neumonías en niños, casos de enfermedades pulmonares crónicas en adultos, hipertensión en ancianos, multitud de enfermedades de transmisión sexual, malarias, fiebre tifoidea y casos de parásitos intestinales. No es un centro especializado, así que hay que ver todos los problemas que aparezcan, sean del tipo que sea. Lo único mínimamente especializado es la obstetricia: las mujeres embarazadas las derivamos a Loftie, una matrona que trabaja en el centro; Loftie tiene 25 años y es una chica liberiana modélica. Tiene estudios, trabajo, lleva dos años con un novio y no tiene ningún hijo aún (todo un logro aquí, os lo aseguro), y va esperar a estar preparada  para casarse con él y empezar una vida familiar. Digo que es todo un logro porque un gran número de chicas aquí se queda embarazada muy joven, y esto trunca en gran medida su educación y su vida laboral. Quizá escriba una entrada sobre este tema y sus causas en el futuro.

Loftie vestida de trabajo
Loftie vestida para ir a una fiesta
De la misma forma, los casos de VIH los derivamos a una enfermera especializada en eso, que puede ofrecer una ayuda más personalizada a nivel social y médico.

Un cartel con recomendaciones para evitar el VIH, enfermedad muy prevalente en este país
Las armas con de las que se dispone para hacer el trabajo son limitadas: el laboratorio, la farmacia y una sala de observación para poner medicamentos intravenosos. El laboratorio hace test sencillos: malaria, fiebre tifoidea, recuento de células de sangre (glóbulos blancos y rojos), test de embarazo y un análisis de orina y heces sencillo. También está disponible el test te VIH. Joseph es el técnico de
Joseph
laboratorio, aunque normalmente no trabaja solo, sino que vienen varios estudiantes a ayudarle. Es una persona curiosa e inquieta intelectualmente. Ya desde el principio me pasaba a visitarle, pidiéndole que me reservara algunas muestras de parásitos y malaria para echarles un vistazo, ya que es algo bastante único de ver. También, cuando yo acabo con los pacientes y él está muy saturado, me paso a echarle una mano, para anotar registros.


Gotas gruesas a la derecha y test antigénicos a l izquierda, ambos para detectar malaria


El test de widal, sirve para detectar la fiebre tifoidea

Lamparilla para secar las gotas gruesas

En cuanto a la farmacia, Ruth es la farmacéutica al mando. Es una señora alegre, pero que en cierto momento de la mañana siempre se agobia y es mejor no darle muchos problemas (en el momento en el que hay una cola inmensa de pacientes esperando a que les de la medicinas). Al principio yo tenía la sensación de no caerle bien, por las caras que me ponía. Pero como ya decíamos en otra entrada los gestos de los liberianos no son fáciles de interpretar, y tras un par de conversaciones me di cuenta de que realmente nos llevábamos muy bien, 
La farmacia cuenta con unas 4 estanterías más de este tipo, y
nada más.
 y de que ella se preocupaba por ayudarme lo más posible (siempre que le pregunto dudas sobre medicamentos concretos, o para avisarme de lo que hay ese día disponible en la farmacia, etc.) Incluso una vez que ella no estaba dando las dosis que yo pedía para los pacientes y tuve que ir a hablarlo con ella, pensando la cosa podía acabar mal, todo fue como la seda y me estuvo explicando que por limitaciones de la farmacia no podía dar más a los pacientes. Con estas experiencias me di cuenta de algo clave para mi futuro: cuanto mejor te lleves con la gente cuyo trabajo está relacionado con el tuyo, mejor irá todo y mejor será también para los pacientes. Y tendrás más amigos.



Y ahora, aunque no tiene nada que ver, un pequeño "break" que os podéis saltar si queréis. Nelson nos llevo a visitar su casa un día, aquí tenéis lo que encontramos:

La casa, vista desde el jardín

Una mitad de la casa está así. Tienen trabajo que hacer

El pozo de donde sacan el agua (no hay agua corriente)

Nelson nos muestra la zona destartalada de la casa. Esos agujeros
en la pared son impactos de bala. Durante la guerra unos soldados se
instalaron aquí por un tiempo.
Detalle de uno de los balazos. Se ve la bala todavía encajada en la pared

Nelson, bien vestido, posando para los medios españoles 

La zona decente de la casa

En este cuartucho duerme Nelson con sus dos hermanos

El frente de la casa

Zona en ruinas en la parte del jardín

¡Continuemos! En cuanto a mi vivencia personal en la consulta… cada día es diferente y similar a la vez. Supongo que es normal. Siempre el día tiene la misma estructura, así como la consulta. Entra el paciente, le saludas, te saluda, le preguntas la edad, si hay un niño le intentas hacer alguna tontería para ir llevándote bien con él (o simplemente porque te sale de dentro), y finalmente, miras a los ojos al paciente o madre del paciente – o lo intentas – y le preguntas: “So tell me… what is the problem?”. Lo que viene después es una catarata de información en el inglés liberiano. Afortunadamente, suele tener notas comunes y más o menos ya soy capaz de entender casi todo lo que me dicen en este contexto “ My/his/her skin can be… hot! Very hot!” (fiebre), “the stomach can be running” (diarrea), “the nose can be running” (mocos), etc. Además, y por comparación, puedes entrever cual es el estado de animo de la persona que te habla. Si está realmente preocupado, si se lo toma como un chequeo rutinario, si es la primera vez que viene, etc. Tras sacar toda la información posible, toca usar las manos. Palpar la tripa, sentir el pulso, tocar la piel, mirar los ojos, la boca, auscultar los pulmones y el corazón. No me gusta dejarme nada, porque hay veces que te puedes llevar una sorpresa en sitios en los que no te esperabas encontrar nada, y más en este rincón del mundo. Pocas veces las cosas están realmente claras tras este punto. Por ejemplo, hay tres posibles causas de fiebre mayoritarias (malaria, fiebre tifoidea y una gripe normal), así que hay que tener en cuenta lo que te digan las pruebas de laboratorio. Hay otras veces en las que el paciente se nota que está grave (en España un paciente así solo lo verías en las urgencias de los grandes hospitales), con lo cual me pongo nervioso; en esos momentos es clave centrase y pensar cual es el camino a seguir, qué pruebas pedir, si merece la pena poner alguna inyección en ese momento... 
Camiseta del Barcelona, muy t


Las vistas desde la consulta. Techados de chapa y palmeras.
 Muchas veces pido ayuda a Nelson en esas situaciones, ya que él está más acostumbrado a manejar casos rápidamente, y también porque yo sé que mis conocimientos son limitados y quizá a él se le ocurra algo que a mí no se me había pasado por la mente (hay que evitar que tus limitaciones vayan contra la vida o el bienestar del paciente). A veces los casos son totalmente extravagantes… niños con convulsiones por malaria, otros con la piel literalmente cubierta de hongos y otros con la respiración aceleradísima y fiebres altísimas, que te hace pensar en neumonías de la que se tiene que tratar en el hospital. Otras veces, más graciosas, casi no puedes llegar a saber si el caso es extravagante o no, porque el niño no se deja tocar y casi ni mirar por ti: eres el blanco que más cerca ha estado de él en toda su vida, así que está muerto de miedo.

Como os decía, a la mayoría de los pacientes les mando al laboratorio a hacerse dos o tres pruebas que me den más información (para saber si están anémicos, si hay malaria y el grado de malaria que tienen, si hay signos de infección en la sangre, etc.) Una vez han pasado por el laboratorio tienen que esperar a que me entreguen los resultados, así que normalmente tengo un pequeño intervalo de 25 minutos, que puedo aprovechar para repasar todos los casos y pensar con más calma cual puede ser el o los diagnósticos más probables y su tratamiento óptimo. 
Me sirvo para esto de nada menos que 5 libros: un manual de medicina tropical, el manual de “Médicos Sin Fronteras” y su correspondiente manual de medicamentos, un Vademecun español y, mi última adquisición, los protocolos nacionales de tratamiento de Liberia, que son de gran utilidad para saber que antibióticos se recomiendan para las bacterias de este país. Con el tiempo, cada vez tengo que consultar menos los libros porque ya voy aprendiendo las dosis de los medicamentos. Aun así, después de un mes sin usarlos estoy seguro de que se me habrá olvidado todo (así es la vida).

Uno de los recuerdos más bonitos que me llevo, aunque sencillo, es la cara de alivio y felicidad de una señora después de haberle prescrito una inyección de dexametasona (un potente antiinflamatorio corticoide) para un fuerte dolor de ojo que tenía. Llevaba varios días de sufrimiento, tras haberse dado un golpe, y le dolían hasta los rayos de luz, así que tenía que llevar el ojo tapado todo el rato. Se lo ocluí de forma improvisada (con unas hojas de papel y un poco de tira adhesiva) y le mandé la inyección y alguna prueba para otra cosa. No tenía muchas esperanzas en que mejorara, si acaso aliviarle un poco el dolor y después mandarle a algún sitio con alguien que supiera algo de ojos (digo algo, porque yo no sé nada), ya que me temía que pudiera tener un desprendimiento de retina. El caso es que a la media hora apareció sin las hojas que le tapaban el ojo y con una sonrisa de oreja a oreja… la inyección había barrido el dolor. Yo me sentí muy contento y sorprendido: a veces lo que tienes menos esperanzas en que funcione es lo que mejor resultado da. Lo que demuestra que nunca hay que dejar de intentar nada.
Resultados del laboratorio: se ve una malaria positiva, 1+

Una niña que venía con convulsiones causadas por malaria
cerebral, la forma más temida de esta enfermedad

Además de mi primera experiencia como médico, que ya de por sí es toda una aventura, la vivencia en la consulta está aderezada por los problemas propios de este país. La pobreza de estas gentes hace difícil el tema del laboratorio, ya que muchas veces solo vienen con el dinero para la consulta y las medicinas. Es normal tener que reducir el número de pruebas a mandar, o regatear con alguno que no se quiere hacer ninguna, para que al menos se pague la de la malaria. En algunos casos no les consigo convencer, así que les tengo que acabar dando medicinas para varias enfermedades a la vez, algo que no debería hacerse… pero a veces no queda otra opción. En esta línea, una de las experiencias que más me ha marcado estas semanas ha sido con una mujer que tenía malaria 3+ (una forma severa, lo máximo es 4+), y que estaba en la camilla de la sala de inyecciones. Le estábamos poniendo por vía intravenosa una dosis de quinina, para reducir el número de parásitos de malaria en la sangre y que se pudiera ir a casa con las pastillas (no es el procedimiento que “debería” hacerse, pero es lo único que aquí podemos hacer). Una cosa que sucede a menudo es que las personas con malaria tengan temblores y fiebre al pasarles la quinina, ya que los parásitos empiezan a morir a velocidad vertiginosa en la sangre, y esto produce una reacción febril, y esto es lo que le sucedió a ella. Me avisaron de que estaba temblando y con fiebre, así que la fui a ver, y decidí ponerle una inyección para bajarle la fiebre y que no lo pasara tan mal. Pero para eso ella tenía que pagar primero la inyección… así que me vi pidiéndole 100LD (1€) a una mujer temblorosa y asustada, para poder darle la medicación. Una experiencia muy dura, y más cuando estás acostumbrado a la salud pública o los seguros sanitarios. Pero así es el sistema cuando no hay ni una cosa ni la otra. Y, para los que lo estéis pensando, la opción de ser el “Blanco Salvador” está ya descartada. 

Otra de las situaciones que me ha impactado tenía que ver con la forma de hacer la medicina de los enfermeros… y es que la forma de ver las cosas que tienen los médicos y enfermeros de aquí a veces es muy diferente a la nuestra. Nelson y la otra enfermera, Botó, da la sensación de que no saben que los fármacos tienen efectos secundarios y que hay que darlos solo cuando son necesarios. Ellos siempre dan un cargamento entero de medicamentos a los pacientes. Sin embargo esto no es por ignorancia. Aunque la prueba de la malaria sea negativa puedes ver a un paciente llevarse a casa un antimalárico, junto con paracetamol, varias vitaminas, hierro a pesar de no tener
Dólares liberianos
anemia y de propina uno o dos antibióticos. Esta forma de hace la medicina, matando moscas a cañonazos, no es tan sencilla de resolver. Yo he intentado hacerlo como creo que se debe hacer, dando las medicinas justas para no sobrecargar al paciente innecesariamente, pero más de una vez mis pacientes han pasado por la consulta de Nelson tras salir de la mía, para que les rellenara la receta con alguna cosa más. Y es que para ellos, si no les das al menos 5 medicinas, sienten que les has timado (como ya os dije, tienen “tarifa plana de medicamentos”). Así que si se dedicaran a dar las medicinas adecuadas solamente, probablemente descendería el número de clientes del centro de salud, porque muchos se sentirían timados. Sobre este tema hablé con Nelson y Botó a lo largo de esta semana, les intenté dar mi punto de vista y el peligro que corren dando las medicinas de esa forma. Ellos lo entienden, pero temen que los pacientes no entenderían nada y se quejarían mucho. Además, al ritmo que llevan en este país (ya que en el hospital era parecida la cosa y me imagino que en otros centros sanitarios será igual), lo más probable es que de aquí a 20 años las bacterias se hayan hecho resistentes a todos los antibióticos que dan, ya que la principal causa de las resistencias bacterianas es el mal uso de los antibióticos. Un tema difícil de resolver, como veis, y que podrá cambiar con mejor educación en salud para la población y mayor concienciación del personal sanitario.
So, la señora encargada de la limpieza

Nelson con una paciente

Botó

Jackelin. Son sorprendientes los dientes tan perfectos que tiene la gente de aquí


Una escena graciosa. Botó muerta de miedo por una inyección que Nelson le tenía que poner


Loftie descansando tras el día de trabajo. Estas escenas son comunes de ver también en el hospital.
Claramente, la gente tiene menos vergüenzas

Y ya vamos llegando al final de esta titánica entrada, así que toca pararse a explicar su título. Obviamente el contacto con la pobreza de los pacientes ha marcado mucho el nombre. No es fácil darle una respuesta interna a tales niveles de pobreza, en contacto tan directo contigo, durante un mes seguido. De hecho, yo diría que aún no le he dado una respuesta ni tan siquiera mínima. Supongo que porque no soy capaz de darle una respuesta satisfactoria, así que mi mente prefiere no responder nada. No es fácil entender porque este niño no puede ir a un hospital a tratarse la neumonía que tiene, que es lo que debería hacerse según las “guidelines” nacionales e internacionales, ni porque esta señora me regatea el número de pruebas que le hago a su hijo. O porque este señor tiene los pulmones fibrosados y nadie se ha molestado en intentar averiguar antes por qué. No es fácil entender eso cuando llevas 24 años viviendo en un país donde eso se da por sentado. Supongo que si hubiera nacido en Estados Unidos u otro país de sanidad eminentemente privada lo habría podido manejar mejor. Y una nota curiosa es que la relación con esa pobreza era “médico-paciente”, es decir, una relación en la que la otra persona tiene un problema y tú, que no lo tienes (no ese en concreto), le intentas ayudar. Eso quizá me debía haber impulsado a un mayor descorazonamiento, ya que cada paciente tiene un problema de base que yo no puedo solucionar. Pero a la vez era un escudo protector: al final es un marco relacional en el que sabes que nunca vas a poder solucionarlo todo, así que estás acostumbrado a los límites.


Sin embargo, ha habido un grupo de personas donde mi respuesta ha sido más nula todavía: los trabajadores del hospital. Nelson, Botó, Theo, Togaru, Joseph, So, Jackelin, Pa Bright y Loftie. Junto a ellos he vivido montones de cosas. Hemos reído y hemos hablado en serio. Hemos filosofado y chapurreado de cosas banales. He conocido parte de su vida, de su historia, de su familia, de cómo fue la guerra para ellos, de cómo viven día a día. He guardado mucho silencio ante conversaciones de las que no entendía nada. Les he visto comer su arroz cada día. He sido invitado a su casa por alguno de ellos y yo he invitado también a la mía. Les he observado hablar con entusiasmo de canciones góspel (el 90% de la música que se escucha en Liberia es góspel, con estilos diferentes –reggie, pop, hip-hop, tradicionales del lugar, etc.– pero siempre son canciones de temática cristiana) y me he visto obligado a escucharlo durante horas en la furgoneta (al principio la verdad que no me gustaba nada el estilo, ahora le tengo cierto cariño…). He preguntado, aprendido y enseñado (un pelín, al menos). He sido traducido. He cantado y he oído cantar. He rezado. Me han asaltado a preguntas sobre la vida en mi país, que yo respondía con cuidado y a la vez con asombro… sí, asombro de lo lejos que hemos llegado allí, a pesar de tantos problemas. Sobre mi vida personal. Sobre mi carrera... Y tras todas esas experiencias, vienen las preguntas sin respuesta: ¿Por qué ellos, que hacen el mismo trabajo que yo aspiro a hacer, viven en condiciones tan diferentes a las mías? ¿Qué pasa en este mundo para que un enfermero liberiano que trabaja las mismas horas que un enfermero español, gane 10 veces menos? ¿O 15 veces menos un guardia de seguridad liberiano que uno español, cuando el liberiano no libra ni los domingos? ¿Por qué no pueden celebrar la navidad como yo, con comilonas y regalos por todo lo alto? ¿Por qué no pueden viajar a ver sitios nuevos? ¿Por qué tienen que ajustarse el cinturón para cosas tan sencillas como ir a visitar a un amigo al otro lado de su misma ciudad? ¿Por qué para ellos es un buen regalo de navidad un bote de colonia mala, o un paquete de bastoncillos para el oído, o un peine?¿Por qué me preguntan con interés cosas como: y tú ¿tienes coche en tu país?¿vas a la piscina?¿tienes ordenador?, sabiendo que son bienes a los que jamás podrán aspirar? ¿Por qué miran mi Smartphone con la pantalla rota como si fuera un ordenador venido del futuro? Y, lo peor de todo ¿por qué les siento tan humanos, tan cercanos, incluso tan amigos, a pesar de que toda esa injusticia nos separa?

Todas esas preguntas se quedan sin una respuesta lógica, ya que la situación que las produce es de todo menos lógica, solo tiene que ver con lo irracional del ser humano: la codicia, la injusticia y la ceguera. La codicia de los que se quedan la riqueza de su país, la injusticia de los países que no intervienen a su favor y la ceguera de todo el resto del planeta, que no se queja de lo que aquí (y en otros tantos países) sucede. Así que la única posibilidad de respuesta es irracional también, y por tanto no es una respuesta que resuelva, solo “sirve” para poner palabras y hacer más llevadero y humano el problema que supone una pregunta sin resolver: que es bueno y justo que nunca sienta paz dentro de mí ante esta situación, que no debo reconciliarme por dentro con tal desigualdad, que debemos sufrirla dentro mientras ella exista (y mi sufrimiento será pequeño comparado con el de los perjudicados). Y mientras sea así seguiré siendo humano, y quizá eso lleve a que mis actos puedan aportar un grano de arena en favor de los desafortunados.

Os dejo con la foto que representa mi vivencia en New Kru Town, y diría que también la experiencia de los 3 en Liberia. Nos hemos metido dentro de esta foto, somos parte de ella, estamos dentro de ese mundo, tanto como el resto de los personajes que se ven en ella… con un papel muy claro: sólo somos los fotógrafos. 


Muchas gracias a todos por seguirnos y apoyarnos
¡¡Feliz Año y Feliz Navidad de parte de los tres!!