martes, 29 de octubre de 2013

“On call”


Como ya anunciaba en la entrada anterior, toca ahora contaros un poco sobre el hospital y nuestra experiencia en él. Javi está preparando la próxima entrada, para la que ya tenía varias ideas, así que me ha tocado a mí ir escribiendo esta. ¡Vamos a ello!

Hace poco más de 50 años (hace meses celebraba el hospital su 50 aniversario) la orden hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios decidió iniciar en Monrovia un proyecto de salud. Un hospital que diera atención sanitaria a los habitantes de la ciudad, junto con un centro de salud en el barrio de New Kru Town. Ya desde el momento de la construcción el hospital se diseñó como un “compound”: un recinto vallado o amurallado, dentro del cual estaría el hospital con todos sus edificios anexos (generadores, lavandería, almacén de farmacia y equipamiento, extensiones clínicas y las residencias de los hermanos, las hermanas y los médicos u otro personal).

                       

El hospital ha vivido una historia cuanto menos emocionante: sobrevivir a dos guerras (durante la última guerra hubo un momento en el que este era el único centro sanitario abierto de Monrovia, dando atención tanto a las tropas del gobierno como a los rebeldes, hasta que el peligro fue tal que hubo que evacuarlo), ir consiguiendo su independencia económica, que a día de hoy es casi una realidad (aún depende un poco de  donaciones enviadas en barco por la ONG “Juan Ciudad”, fundada por la propia orden, o de alguna otra donación esporádica), hasta ser actualmente uno de los mejores hospitales de Liberia y de los más limpios, en el que además se cobra un precio muy bajo a los pacientes por la atención.

Factura de un paciente, donde podéis ver
diferentes precios en dolares liberianos
Algunos se escandalizaran al escuchar que se cobra a los pacientes por ser atendidos en el hospital, igual que nosotros lo hicimos cuando estábamos todavía en España. Sin embargo, la realidad es más dura de lo que querríamos (y más en este país que no tiene sanidad pública) y aquí nos estamos dando cuenta de que el sueño de la cooperación y la entrega voluntaria no es tan sencillo como parece. Hay muchos factores en juego que hay que tener en cuenta, porque lo que puede parecer ayuda en el momento presente, se puede convertir en un lastre para el crecimiento futuro. Por un lado es simplemente imposible mantener activo un hospital de estas características (con laboratorio, ecógrafos, quirófanos, rayos-X, unas 60 camas, etc) sin dinero suficiente; y el dinero suficiente para hacerlo es muy difícil de conseguir de forma externa, en forma de donaciones. Más aún, si ya es difícil mantener el hospital, es mucho más difícil que un hospital así vaya mejorando su calidad en el servicio: mantener gratuito un hospital sería condenar a su población a ser siempre atendida por una sanidad de subsistencia; y también algo que suena paternalista, pero que es real: se estaría enseñando a la gente a no ahorrar para cuidar su salud y cuando apareciera una enfermedad que superase la capacidad del hospital, no tendrían posibilidad de ser curados (cosa que sigue sucediendo aun así). Y por supuesto, y quizá lo más importante, no se puede mal acostumbrar a un gobierno a que la sanidad sea proporcionada por gente extranjera con fondos extranjeros, por muchas ganas que se tenga de ayudar, ya que de esta forma se enlentecería el crecimiento de la sanidad del propio país y en el fondo sería tratar a Liberia como un niño pequeño e incapaz, bloqueando su crecimiento.



Titi, la trabajadora social, dando un aviso sobre
una tanda de cirugías gratis en el periódico.
Uno de los quirófanos. Una equipo humilde, pero adecuado.
Y muy limpio

Hoy en día el hospital es atendido por personal liberiano en su mayoría, aunque entre los médicos solo uno es liberiano (el Dr. Blowman, que es el director médico), ya que de momento hay pocos médicos liberianos y además muchos de ellos se van fuera. Los hermanos viven en una casa justo al lado del hospital, al igual que las hermanas, y trabajan principalmente para el hospital (Patrick es el gerente del hospital, George es farmacéutico, Chantal es enfermera, etc.)
Una de las salas de espera poco antes de comer: a primera hora de
la mañana está totalmente llena
Y toca ya contar nuestra experiencia. Cuando llegamos aquí, Patrick nos comunicó su plan inicial para nosotros: pasar un tiempo en el hospital aprendiendo como se hace la medicina aquí, para luego poder ejercer como médicos  en el propio hospital o en el centro de salud del barrio de New Kru Town (aunque para eso tenemos que conseguir una licencia de trabajo liberiana, cosa que no es tan sencilla, y en la que estamos trabajando). De esta forma, estas primeras semanas hemos estado cada uno con un médico diferente, y justo ahora nos toca cambiar. Javi ha estado con el Dr. Bopi en pediatría, Gonzalo con el Dr. Morris en ginecología, y yo con el Dr. Ashram, en medicina interna (aviso de que algunos de estos nombres son falsos, ya que voy a contar cosas buenas y malas de ellos, la realidad que hemos encontrado aquí.)

Estos tres médicos son personas muy diferentes entre sí, tanto en lo humano como en lo técnico, por lo que hemos podido ver y vivir cosas muy diferentes con ellos, cosas que nos han ayudado a entender mejor como es la medicina aquí, y más aún, como es la medicina que queremos hacer nosotros en el futuro.

Javi, con el Dr. Bopi, ha estado viendo a unos 30 o 40 niños cada día. Ha aprendido mucho sobre las enfermedades que afectan a los niños aquí y cómo se han de manejar estas enfermedades. También ha podido ver más de cerca como son las madres y los niños de este país (casi siempre eran las madres las que traían a los niños a consulta). Muchas, no sabemos por qué, se caracterizan por una aparente apatía e inexpresividad hacia la situación de enfermedad de su hijo. Aunque esto se ve en muchos liberianos, esa apatía en el gesto, con lo que puede ser que simplemente no sepamos interpretar las expresiones faciales de la gente de aquí. O que sea pura vergüenza ante dos médicos que les observan…. En fin, aún es un misterio, ya os iremos informando si entendemos mejor estas cosas. También, Javi se ha encontrado situaciones duras y difíciles. Muchas enfermedades que en España estarían mejor controladas, padres que dejan avanzar la enfermedad en sus hijos… y una cosa con la que podemos aprender mucho: en ciertos momentos se daba cuenta de que lo que hacía su médico no era lo correcto. Por ejemplo, los antibióticos fluían de esa consulta en auténticas riadas, y muchas veces salían con tratamiento antibiótico niños con algo de tos y poco más. Para el Dr. Bopi prácticamente todos los niños tienen neumonía, cosa que obviamente no puede ser, y este fallo es debido, al menos en parte, a que él en realidad no es pediatra (aunque sí tiene mucha experiencia con niños) y que no ha recibido de base la mejor formación para su puesto. Pero es que en Liberia prácticamente no hay casi pediatras, así que es lo mejor que el hospital puede ofrecer, y según nos contaba Javi, él también lo da todo cada día (muchas veces se frustra con la cantidad de pacientes que tiene y el cansancio que acaba sintiendo después de horas y horas viéndolos).





Una habitación de la planta de pediatría. Las madres se suelen quedar a dormir
con sus niños, pero solo tienen una silla o el suelo para dormir (como sucede
también para muchas en sus hogares).
Por su parte, Gonzalo ha estado disfrutando de la ciudad con el Dr. Morris. Este médico es parte del equipo de “Proyecto Fistula”, un proyecto de la ONG “Mujeres por África”, en el que se quiere ayudar a las mujeres con fístula y prevenir esta enfermedad. La fístula es una enfermedad causada por una comunicación entre la vejiga y la vagina y a veces el intestino, que puede aparecer durante los partos traumáticos o difíciles, por la presión que ejerce el bebe al salir. Y este tipo de partos aquí son muy comunes: son muy frecuentes las niñas de 15 o 16 años embarazadas, con las caderas estrechas, y que acaban teniendo partos de días (5, 6 o 7 días) en sus casas, porque su familia no las trae al hospital. Durante estos partos aparece ,por rotura de los tejidos internos, la fistula vesicovaginal, que condena a estas mujeres a estar orinándose de manera constante y a ser rechazadas socialmente por el olor a orina que constantemente las acompaña. El Dr. Morris, al igual que Carmen (la enfermera española de la que os hablaba en la entrada anterior) dedica gran parte de sus esfuerzos a localizar y prevenir esta enfermedad en mujeres (o adolescentes) embarazadas. Cuando las localizan hacen un seguimiento de su embarazo, y si se ve un riesgo excesivo cuando el embarazo está a término, se les realiza una cesárea para evitar que aparezca la fistula. También se dedican ambos a buscar mujeres con fístula establecida, para poder operarlas más adelante, y a sensibilizar a la población Liberiana sobre la existencia de esta enfermedad y su tratamiento. De vez en cuando viene un cirujano español que colabora con la ONG, y opera a todas las mujeres con fístula seleccionadas para librarlas de este estigma social que les ha tocado.

Como decía, Gonzalo ha estado con el Dr. Morris recorriendo la ciudad, ya que Morris se mueve por las diversas clínicas de la diócesis católica de Monrovia, atendiendo a las mujeres que encuentra allí. Es toda una experiencia ver estos lugares: barrios donde la pobreza campa a sus anchas y donde los centros de salud no cumplirían ni el más mínimo requisito de higiene en España, pero donde se hace lo que se puede. Un ejemplo paradigmático de esto es Westpoint, una pequeña península en la que se haya el “slum” o barriada más pobre e insalubre de todo el país (considerado también uno de los peores del mundo), y donde hay una de estas pequeñas clínicas a las que Morris atiende. El viaje hasta la clínica, a través de minúsculas calles repletas de gente intentando ganarse el pan, de tenderetes, de chabolas con 15 personas viviendo dentro… te deja conmovido y pensativo. Es una pena que por motivos de seguridad no se puedan hacer fotos buenas de esta zona, no es buena idea sacar una cámara por la ventanilla aquí, así que os dejo lo que conseguí sacar. 

La carretera principal que atraviesa Westpoint, más allá de ella
solo hay chabolas pegadas unas a otras.

Con Morris, Gonzalo también ha aprendido a desentrañar los secretos del “Kolokua”, el idioma que habla la mayoría de los liberianos y que se trata de inglés modificado, coloquial… y del que no se entiende una palabra. Pero lo más gracioso: ellos tampoco te entienden a ti, ya que los que no han ido a la escuela no entienden el inglés correcto o “standard”, cómo ellos lo llaman (por otro lado, enorgullece que llamen inglés “correcto” a nuestro inglés de pacotilla). Poco a poco, hablando con las mujeres y hombres de los barrios de Monrovia, vamos aprendiendo a comunicarnos con este inglés alterado por los años.





Con Morris estamos aprendiendo a hacer nosotros mismos ecografías
ginecológicas y seguimiento de embarazadas


Consulta del Dr. Ashram

Por mi parte, estas tres semanas he estado con el Dr. Ashram, un alejandrino (como los versos), que es probablemente uno de los mejores médicos de este país: muchas personas le llaman cada día para recibir su consejo, que él da gustoso… aunque para mí han sido unas semanas cargadas de contrastes en su presencia. Ashram ha trabajado en muchos países a lo largo de su carrera, desde Egipto hasta Dinamarca o el Líbano. Y ha acabado en Monrovia no se sabe muy bien por qué. El caso es que cuando uno se pone con él en la consulta se da cuenta de varias cosas: por un lado, que tiene unos conocimientos muy amplios de la medicina interna, es decir, de todos los casos tipo “House”. Y sobre todo, tiene una gran experiencia y ojo clínico: el otro día en urgencias estábamos los 3 intentando curar a una chica de 14 años de un ataque agudo de asma, hasta que apareció Ashram, que nada más verla ( y eso es lo sorprendente, que fue verla y ya está) nos informó de que era un ataque de ansiedad y no de asma; Y situaciones de ese tipo las viví varias veces con él (de hecho, una de las reflexiones que hacía diariamente yo era lo mucho que me queda aún por aprender y entender). Por otro lado, y como sucedía con el doctor Bopi, también he visto en él algunos errores con los que he podido aprender, y que son también reflejo de la situación de este país. Durante la consulta recibe una 10 llamadas cada día a su móvil, que atiende delante del paciente, sea quien sea y en el idioma que sea. Muchos días, cuando por algún compromiso personal quiere salir antes, acaba pasando a los pacientes a velocidades vertiginosas. Otras veces, ofrece a los paciente la posibilidad de hacerles él mismo una ecografía “in situ”, en la misma consulta, con un ecógrafo que no es suyo sino de “Mujeres por África”, pero cobrando a los pacientes 1400 LD (unos 20 dólares americanos, frente a los 15 que vale hacerla por la vía normal en el hospital). De esta forma también deriva a su clínica privada a muchos pacientes que ve que tienen dinero (pacientes extranjeros la mayoría), y que a lo mejor vienen recomendados por algún compañero suyo. 




La enfermera prepara las historias de los pacientes. Son
sencillas cartulinas rosas.
Así que, lo que os decía, han sido unas semanas llenas de contraste con él. Mi reflexión es que he estado ante un ejemplo de lo que es la medicina paternalista, que hace años dominaba las consultas médicas en Europa. Una medicina en la que el médico era una “divinidad” que se podía permitir cualquier actitud (como lo de las llamadas telefónicas). Y también, que he estado ante un ejemplo de lo que es un sistema privado de salud: en Liberia no hay salud pública, y que un médico le saque dinero a sus pacientes cobrándoles por servicios extra o derivándoles a su consulta privada es muy común, y no solo es Ashram quien lo hace en el hospital. Por otro lado, a veces las clínicas privadas pueden estar mejor dotadas, así que puede ser mejor para quien se lo pueda permitir. Como defensa del hospital, sin embargo, hay que por contrato los médicos tienen prohibido tener también una consulta privada. Pero como veis esto a veces no se cumple y la administración tiene un poco difícil abordarlo, dada la carencia de médicos que hay en el país. Por último, no me gustaría que se me interpretara mal: quiero decir que a nivel personal con el Dr. Ashram me he llevado realmente muy bien, y que, con sus errores como todo el mundo (que queremos mostrar aquí como parte de la realidad que nos encontramos), es una persona muy afable y cercana, que se tiene ganado a todo el personal del hospital, que siempre te recibe con una sonrisa y que está dispuesto a enseñar y compartir todo lo que sabe.



También quiero hacer una mención especial a la enfermera que estaba con nosotros en la consulta. Nunca llegué a aprenderme su nombre ni ella el mío, pero tampoco nos hacía falta: ella se dirigía a mí como “doc”  y yo a ella como “sister”, al igual que Ashram. Era una persona alegre y activa, y sobre todo, totalmente liberiana, con lo que ejercía un papel absolutamente clave en la consulta: era nuestra traductora con los pacientes que usaban el inglés coloquial o Kolokua, a los que muchas veces no entendíamos (ni siquiera Ashram que lleva ya 10 años aquí) ni ellos a nosotros. Sólo gracias a ella nos enterábamos muchas veces de lo que se quejaba el paciente, y el paciente a su vez de cuál era la misión que se le encomendaba para vencer a la enfermedad.

Con esto, tenéis una breve descripción de lo que son estos 3 médicos del hospital y su labor. Sin embargo hay mucho más que decir. Una experiencia muy interesante es que cada día, cuando llegamos al hospital, cada médico hace su ronda por la planta y nosotros con ellos. Se visita a los pacientes en sus camas y se ve si hay que hacer algún cambio en el plan médico. Esta es una vivencia que día a día te sorprende, ya no por los médicos, sino por la planta en sí. Lo que ves, lo que oyes, lo que tocas y lo que hueles… sobre todo lo que hueles se te queda grabado a fuego. Este es uno de los hospitales más limpios del país, pero aun así es más sucio que cualquier hospital español, y los olores que uno se puede encontrar al entrar en una habitación en la que hay 6 enfermos encamados desde hace varios días pueden ser muy penetrantes. El olor a orina es el que más te llama la atención, unido al olor general a “humanidad”. Durante la ronda (y también en las consultas) ves casos que ya raramente se ven en España… casos graves de síndromes que son comunes en todo el mundo. La enfermedad aquí llega mucho más lejos en cada paciente, y esto es simplemente porque se le permite. Y el mayor aliado que encuentra no es el sistema sanitario deficiente, sino la percepción que la gente tiene de la enfermedad. Muchos pacientes vienen a consulta después de haber soportado durante un mes una situación que a cualquier occidental habría aterrado a las pocas horas (gente con dificultad para respirar por un fallo en el corazón, gente con heridas infectadas y reinfectadas, etc.) Y esto puede ser por simple ignorancia de lo que les está pasando, porque la familia no percibe como peligrosa esa situación, o no estaba preparada económicamente, o porque confían su salud a chamánes y métodos tradicionales, que son también más baratos que la medicina moderna.


Una habitación general

Las vistas desde la planta del hospital : ruinas y chabolas (de las grandes).

Detalle de uno de los colchones. Son impermeables, para que
no se estropeen con cada paciente que se orine en ellos. Nosotros
en casa tenemos los mismos colchones (espero que no sea por lo mismo...)
Una de las habitaciones privadas (de nuevo, suena raro pero aquí es muy
normal, y da un buen aporte económico para mantener el hospital).

Volantes de petición de laboratorio
Una enfermera en el despacho médico, preparando historias.



Dentro de la ambulancia, de camino al aeropuerto.
Un poco vieja y mal equipada, pero hizo bien su función.
Y esta es nuestra actividad pautada en el hospital… sin embargo, nuestra vida médica no acaba aquí. De hecho todo lo que os he contado es solo el principio. Lo bueno es todo lo que no está  incluido en los horarios o que es consecuencia de ellos, y que nos está llevando a ser un poco médicos, médicos de verdad, por primera vez en nuestra vida. Pacientes que aparecen de repente y de los que nos tenemos que encargar nosotros, recogidas en ambulancia de pacientes que llegan al aeropuerto...

En "Springfil´s Airfield"


Un hecho muy importante para esta experiencia ha sido que Ashram muchos días está “on call”, es decir, que tiene guardias en urgencias; y nos da la oportunidad de estar nosotros también de guardia con él (aunque esto es algo opcional). Aquí estar de guardia no es estar siempre en la urgencia, sino estar con el teléfono encendido y dispuesto a aparecer allí rápidamente: cuando hay un caso que hay que ingresar o que los auxiliares médicos que hay en urgencias no saben manejar, llaman al médico de guardia. Así que cuando le toca a él, nosotros nos ponemos como primeros en la reserva: nos llaman primero a uno de nosotros (el que este esa semana con Ashram) y vemos el caso. Luego en general llamamos a Ashram para confirmar y comentar el tratamiento y el diagnóstico. Ciertamente, esto le viene muy bien a él, porque así damos la cara por él cuando está fuera del hospital, pero es también una muy buena oportunidad para aprender.  

La sala de urgencias o "ER", un día normal.
Durante esas horas de urgencias estamos viviendo cosas muy interesantes e intensas. Es aquí por primera vez cuando hemos tenido la responsabilidad de explorar, diagnosticar y tratar a un paciente nosotros solos. Y también hemos vivido lo que es que te venga un paciente detrás de otro, y que no pares en varias horas seguidas. Aunque es siempre una responsabilidad transferida y sostenida por otro médico mayor, al que nos sentimos en la obligación moral de avisar de lo que hacemos (para que el paciente reciba lo mejor que se le puede dar). Sin embargo, en otro aspecto de la medicina somos nosotros los máximos responsables y los que debemos actuar: en la comunicación con el paciente y su familia, en el trato con ellos. Aunque comentemos el caso por teléfono con Ashram para consultarle, nosotros somos los que estamos dando la cara, los que vemos, tocamos y olemos al paciente… Y los que le podemos tranquilizar, informar y animar, así como a su familia. En nosotros van a apoyarse ellos para recibir un poco de esperanza y de sinceridad sobre la situación que viven. Y la verdad es que desempeñar ese papel, y más aquí donde los médicos no se preocupan casi nada de ese aspecto de la medicina, está siendo algo precioso. Es muy bonito ver como la familia te mira agradecida en urgencias después de que les expliques que le pasa al padre o la madre enferma, como te piden a veces tu nombre después de hablar con ellos (¡se te había olvidado presentarte!), como te ven los días siguientes por el hospital y te llaman para contarte como va todo, o incluso para pedirte consejo sobre alguna burocracia hospitalaria (curiosamente ninguno nos ha pedido dinero en esta situación). En este sentido, también hemos tenido las primeras experiencias de comunicar malas noticias: tuve la mala suerte de tener que comunicarle a un paciente que tenía hepatitis B. Sin embargo, para mí fue algo muy bello. Era un chico joven, novio de otra paciente embarazada a la que tuvimos que donar sangre porque tenía todas las células sanguíneas por los suelos. Me senté con él en un banco, y le intenté explicar en qué consistía la enfermedad (ya que él no la conocía), qué precauciones debía tomar y que opciones tenía. He de decir que aún no sé cómo se tomó la noticia… era imposible para mí penetrar sus gestos, que me parecían impasibles. Solo sé que sintió algo de preocupación porque me preguntó si en el hospital se lo podrían tratar, pero nada más. Ese día acabamos todos extenuados emocionalmente, pero contentos de haber podido aportar algo, aunque fuera un poco de calor humano o de preocupación hacía gente que lo necesitaba (o de sangre).
Javi comentando un caso con el Dr. Ashram

Una visita al laboratorio: necesitábamos que acelerasen con un par de pruebas.

¡Dona sangre: dona vida!

¡Un buen cooperante lo da todo!

Y cierro ya esta entrada sobre el hospital y nuestra actividad médica. Con esto ya sabéis como han sido nuestras primeras impresiones de Liberia, como es nuestro día a día aquí, y como es la vivencia en el hospital. Es cierto que 3 entradas en el blog, o incluso una conversación por Skype, se quedan muy cortas para describir lo que vivimos cada día aquí. No hay día en el que no pase algo que te suponga un revés emocional, que te exija algo de reflexión, y que finalmente te haga crecer humana y espiritualmente. Y aunque sea cansado, ¡espero que siga siendo así! De nuevo, gracias por vuestro apoyo y por seguirnos, especialmente a los que hayáis llegado al final de esta entrada tan larga. ¡Un abrazo!


 

viernes, 11 de octubre de 2013

Un día a día

Como decía Javi en la entrada anterior, la sensación aquí es la de estar constantemente en el baño después de la ducha. La humedad es tal que cualquier cosa a una temperatura determinada se cubre de perladas gotas de agua condensada. Además este golpe de humedad se repite cada vez que sales de una habitación con aire acondicionado (algunas de las consultas del hospital o la casa de algún “expatriado”, es decir, de un extranjero que viva en Liberia), ya que estos aparatos expulsan aire seco.

Al releer este párrafo ya me entran dudas de por dónde continuar la entrada… ¿debería dedicarme a describir las condiciones climáticas que estamos viviendo? No es mal tema, ya que incluye rayos “bomba” a tan solo unos 100 o 200 metros de casa, que te hacen pensar que la guerra ha vuelto a estallar. O también las famosas lluvias en “jarra”, es decir, aquellas en las que en vez de gotas caen prácticamente chorros de agua… cualquiera que ose enfrentarse a este fenómeno acabará totalmente empapado (como si se hubiera sumergido en una piscina) en menos de 5 segundos.

 Otra posibilidad sería dedicarse al concepto de “expatriado”. Uno oye esa palabra y (si no la conocía de antes) automáticamente la mente se llena de ideas románticas de exilio, aventuras y grandes hazañas.  Aunque la realidad del expatriado aquí es muy diferente (aunque con unas notas cercanas a esas ideas, sobre todo en cuanto a la apertura a lo desconocido y la búsqueda más allá de lo cercano).

Pero creo que lo que toca hoy es hablar un poco de nuestra vida aquí. De lo cotidiano. Lo que está siendo cada día aquí, y lo que uno se puede encontrar.

Nos levantamos por la mañana y el querido aire húmedo el que nos recibe, junto con el ruido atronador de uno de los generadores diésel del hospital, que se encuentra a unos 20 metros de nuestra casa. Cada vez que entro en la casa me pregunto cómo es posible que nos acostumbremos a ese sonido a los pocos minutos de estar dentro, como si no estuviera ahí. Sin embargo este velo regalado por la costumbre cae cuando menos te lo esperas (cuando intentas hablar por Skype, cuando ponemos música con los pequeños altavoces traídos de España…), y te das cuenta que ahí sigue el sonido del generador haciéndonos compañía. Lo más normal suele ser pasar por la ducha tras levantarse, ya que el efecto de la temperatura y la humedad por la noche así lo recomienda. El pequeño ventilador rotatorio instalado en el techo de la habitación ayuda a aliviar este efecto, pero no lo suficiente como para no despertarse  con algo de sudor en el cuerpo.

Nuestra casa es bastante sencilla. Un único piso, ventanas de cristal segmentado, para dejar pasar la corriente (ya que no tenemos aire acondicionado, claro), blindadas con mosquiteras puestas de aquella manera (los primeros días las estuvimos reforzando con cinta aislante, y aun así entran mosquitos, avispas, cucarachas, carcomas… en fin). Cada uno tenemos una habitación doble, con dos camas, una mesa, un taburete, un armario, y nada más.
La habitación de Javi, con su mosquitera y su bandera de España

La de Gonzalo

Mi habitación (las 3: desorden en estado puro)
A eso hay que sumar lo que hemos traído cada uno (fotos, calendarios, regalos de amistades y familia, nuestra maleta y algún que otro ordenador portátil). Tenemos un baño (con agua caliente producida por el motor diésel... algo que no me esperaba para nada; Me pregunto si la usaremos cuando venga la época seca,  y comience el calor de verdad). El salón tiene unos cómodos sofás y también una mesa más grande con sillas. Las estanterías tienen ahora un montón de libros de medicina y de lectura personal, la verdad es que muy profundos todos. Y además cada uno tenemos un ebook (no se a que pensamos que hemos venido aquí…). Las dos guitarras, una acústica y otra española, son habituales ocupantes de los sillones. La cocina apenas la usamos, menos la nevera, que funciona a pleno rendimiento cargada de embutidos traídos de España y de agua embotellada.  Todas las habitaciones menos el baño y la cocina cuentan con su bienintencionado ventilador rotatorio en el techo… una bendición, os lo aseguro. Aquí las corrientes de aire son el oasis de cualquier edificio.
Arriba se ve el ventilador del salón. Preciado tesoro.

Detalle de las ventanas de la casa
Tras la ducha, salimos de nuestra casa y subimos a desayunar a la casa de los hermanos. Allí nos espera en la mesa un bote de leche en polvo, agua caliente, pan tipo “Bimbo” para tostar, mermelada, mantequilla y crema de cacahuete. También puede haber algo de fruta (en general plátanos o naranja). Los hermanos desayunan en otro momento, cuando pueden. Nosotros lo hacemos juntos o separados según el día.











Tras el desayuno toca ir al hospital. Son las 8 de la mañana aproximadamente. La verdad es que el hospital merece una entrada aparte, pues allí se desarrolla la mitad de nuestros días. Probablemente la próxima entrada, así que no voy a destriparla. De momento estamos acompañando a alguno de los médicos de aquí, aprendiendo de ellos todo lo que podemos, todo lo que podamos absorber sobre cómo se hace medicina aquí, que es muy diferente a como se hace en el mundo desarrollado. Aún nos queda mucho que aprender.
El hospital, visto desde la entrada de urgencias. Como veis, no tiene nada que ver con
lo que es un hospital para los europeos.
Este cocotero está en la parte de atrás del hospital, justo pegado a la playa.
Lo malo: hay una muralla de dos metros, necesaria, separándonos de la playa. 

Tras el hospital, vamos a comer a casa de los hermanos (a eso de las 2); de nuevo, no suele coincidir nuestra hora de comer con la de los hermanos (de hecho ni siquiera entre nosotros 3). Y tras la comida viene la tarde… un espacio de tiempo muy variado en el que puede suceder cualquier cosa.


La casa de los hermanos. En las fachadas: "Brothers of st. John of God"
y su símbolo a la izquierda, la granada.
Podría aparecer Carmen: la enfermera que trabaja en “mujeres por África” aquí,
 con alguna oferta para conocer la ciudad o cualquier otra cosa que requiera un vehículo motorizado. Cualquier salida con ella puede acabar en aventura (el hecho de salir del recinto del hospital es ya una aventura, pues te conviertes en el objetivo de las fijas miradas de los liberianos, obviamente por el color de tu piel, y eso, junto con el miedo a lo desconocido, te hace estar en tensión todo el rato y sentir cierta inseguridad). 


Carmen (y de fondo, el edificio del generador)


Un supermercado visto desde fuera
Sin ir más lejos, hace dos días Carmen nos llevó a un supermercado… esto, aunque no lo parezca, es algo muy interesante. En Monrovia la clase social medio-alta, muy escasa y en parte formada por expatriados, compra en  los supermercados. Estos tienen precios desorbitados para todo menos para el tabaco.  Alrededor de ellos hay guardias de seguridad, que también ayudan a los coches (90% de las veces “jeeps”) a aparcar, y también gente con alguna enfermedad visible pidiendo dinero (en general gente con lesiones en algún miembro). 
Dentro del supermercado el nivel de tensión disminuye a un nivel casi europeo… parece que estamos en casa otra vez. Los cereales de siempre, las patatas de siempre, chocolate, vino. Todo al doble de precio, por lo menos, de lo que lo comprarías en España.
Fijaos en el precio... está en USD: unos 5€ el paquete
El Dr. Balsa elige su desayuno...
una pena que el sueldo no le de para comprar nada de esto
(sin explicación)
 Solo mirad el precio: 11USD por 10 paquetes de Malboro.
Afortunadamente no fumamos ninguno

Para que os hagáis una idea, los guardias de seguridad del hospital cobran al mes 75 USD (dólares americanos). Y una tableta de chocolate o una caja de cereales en el supermercado vale 6 o 7 dólares.  Las enfermeras cobran 200 USD. Y los médicos 4.000 (ellos sí están en la clase media-alta de Liberia).  ¿Dónde compra entonces el liberiano medio su alimento? O bien lo cultiva en algún huerto familiar, o bien lo pesca, o, lo más común, lo compra en los mercados locales. Estos no tienen nada que ver con un supermercado, y me remito a la foto de Javi en la entrada anterior: son simples tenderetes montados a pie de calle, o dentro de casetas de madera, vendiendo lo que el propietario y su familia pueda  (algo de fruta, pescado seco, yuca, cebolla, y otros vegetales o tubérculos que jamás había visto y que no se nombrar). En estos mercados la moneda que se mueve no es el USD, sino el LD, el dólar liberiano. Este tiene un valor de aproximadamente 0,014 dólares americanos. Es decir: 1 USD = 70 LD. Entonces un guardia de seguridad gana 5250 LD, con lo que se puede mover por este mundillo de los mercados callejeros y de tiendas liberianas en casetas de madera (peluquerías, bares, etc.). Aun así, mucha gente se tiene que pluriemplear para dar de comer a su familia y seguir adelante mes a mes, ya que no todo se puede comprar en estos mercados.


Un motorista, clásica imagen por las calles. 
La mayoría aprovechan su moto para ganarse un sueldo extra llevando gente.

A la vuelta del supermercado, la calle principal que conecta con el hospital, estaba abarrotada. Así que decidimos dar un rodeo… acabamos en medio de una barrio típico de Monrovia, y por tanto empobrecido. Iba cayendo la noche (7 de la tarde), la visibilidad era menor… y nos íbamos dando cuenta de lo que debía ser la vida de un liberiano por esas calles en la noche: se caracteriza por la ausencia de luz. Y es que en las calles de Monrovia no hay alumbrado público (menos en el centro en algunas calles grandes), lo cual hace que por la noche la mayoría de los barrios se conviertan en un paisaje oscuro y con tintes postapocalípticos (si alguno habéis visto “the walking dead” lo entenderéis). Los puestos de mercado seguían abiertos en la oscuridad, los ríos de gente seguían ahí y los caminos embarrados  también. Los faros del jeep eran la única fuente de luz muchas veces. Otras veces lo era alguna bombilla de un puesto con luz eléctrica, o un farolillo de alguna casa, o incluso un puesto de observación de la ONU.  No es de extrañar que las violaciones sigan dándose en números alarmantes en esta ciudad: en muchas calles la oscuridad es tal que nadie puede ver lo que en ellas sucede, a menos que estés dentro de la propia calle. Y el hecho de que las noches en esta zona del mundo sean tan cerradas, no ayuda. En estas condiciones, tampoco es de extrañar que el consejo sea no salir a andar por la calle, y mucho menos por zonas oscuras.

Ya veis, un simple paseo en coche al supermercado da mucho que hablar. A veces la opción no es salir, sino quedarse en el recinto del hospital. Solemos estudiar una hora o dos todas las tardes, para profundizar en lo que ese día hayamos aprendido y coger agilidad. También aprovechamos para leer, hacer un poco de ejercicio en casa o ir a jugar a la pista de tenis del hospital. Esta es todo un lujo, herencia de una época de mayor comodidad económica en el país, y que ahora está descuidada, con grietas en el suelo y cubierta de hojas. Aun así, ¡no podemos desaprovecharla! 


Gracias a la pista de tenis hemos conocido a Erik, sobrino de uno de los médicos del hospital. Y es que la pista es toda una atracción turística, pero no para los extranjeros, sino para los liberianos. Junto a ella hay un pozo de agua, al que viene a sacar agua la gente que vive cerca del hospital. Entran en el recinto del hospital con cubos y tinajas de plástico, y tienen que rodear la pista de tenis un día tras otro para llegar al pozo. Una pista de tenis que para ellos es parte del decorado diario, inactiva e inerte. Y muchos de estos liberianos que van a sacar agua son niños… así que imaginaos lo que pasa cuando ven a 3 raros seres humanos blancos jugando al tenis en ella: al final acaban jugando ellos con nuestras raquetas, de cualquier manera, con la mano misma. Otros, sobre todo las niñas, nos miran con asombro “you are beautiful” nos dicen “you have blond hair” o “white skin”. Se acercan a tocarnos el pelo y la piel, ya que para ellos es extrañísimo. Al final todo acaba en risas, cosquillas, choques de mano, etc. Y luego dicen “we are leaving” y corren a la fuente, cargan sus cubos de agua y se los llevan sobre la cabeza. Muchos adultos también se paran y se quedan mirando, con la tinaja sobre la cabeza también. Esos realmente son los que más curiosidad me despiertan… ¿qué estarán pensando? ¿por qué un adulto se queda parado 5 minutos junto a una pista de tenis con blancos jugando en ella? Incluso te produce cierta inquietud, porque  en España no estás acostumbrado a que la gente se pare así a mirarte. Y si lo hace, sueles sospechar de tal persona. Pero aquí la gente no tiene tanta prisa. Quizá disfruten mucho más de la vida, de lo poco que tienen la mayoría. Desde luego, los niños saben disfrutar de 3 pelotas de tenis para 15 de ellos.  Y cuando llega el momento de irse la devuelven con una sonrisa, y dejan las raquetas una sobre otra junto a la red.
Grupo de niñas curiosas. Al de detrás no le conocemos... típico adulto observador 



Y esto son solo dos  posibilidades de tarde. Pero hay más, claro. Algunas veces todo cambia por alguna visita inesperada de un español (hasta vienen a pedir consejo médico), que nos cuentan sus aventuras aquí, o porque nos quedamos ayudando en el hospital a hacer ecografías a Rudy, médico que trabaja ahora para la ONG “Mujeres por África”. Por supuesto el fin de semana aprovechamos para otras cosas (aunque solo llevamos uno aquí): el sábado por la mañana hicimos una incursión a la playa junto al hospital, a ver cómo era. 


El barrio que está a píe de playa junto al hospital.
La conclusión fue que está tan sucia que no hay ganas de bañarse en ella. Además, los ciudadanos de los barrios pegados a ella la usan de WC, con lo que la pobre playa pierde su atractivo definitivamente.  Al anochecer fuimos con George en coche a ver la ciudad…  el centro, aunque más iluminado, es bastante desastroso. Edificios construidos de cualquier manera, desorden en las aceras, y callejuelas oscuras. Se me quedó grabada la visión de un edificio: de unos 20 metros de alto, derruido, y con 3 árboles enormes creciendo desde dentro y sobresaliendo varios metros, atravesando vigas y tejados. De momento no hemos podido conocer las famosas fiestas de expatriados en el “Sajj”, local ya clásico aquí… este fin de semana tocará, y además toca fiesta española por el 12 de octubre. El domingo por la mañana fuimos a una misa fuera del hospital, por fe o por curiosidad, o por ambas a la vez; fuimos con algunas de las “hermanas” (en el recinto del hospital también viven unas religiosas). 
De derecha a izquierda: Gonzalo, Javi y la hermana Chantal
Dentro de la iglesia hacía un calor abrasador que fue aumentando según avanzaba la misa, que obviamente era muy diferente a una misa en España. Eran muchos los detalles diferentes, pero el más importante era sin duda el coro que la animaba. Tambores, bailes, instrumento desconocidos, y una sonoridad y armonías totalmente diferentes: lo que cualquiera de nosotros identificaría como “música africana”. Y la verdad es que tocaba el corazón. 







El domingo por la tarde, después de comer, fuimos con Carmen y con Paola (una boliviana que se ha unido a nuestro grupo de españoles) a jugar al “volley” a una playa a unos 20 minutos del hospital. Todos los domingos por la tarde se reúne un grupo hispanoamericano a jugar allí. A sentirse en casa de nuevo y a olvidar los estreses producidos por intentar sacar adelante su proyecto personal en Liberia, cualquiera que este sea (que no es nada fácil, dada la situación de corrupción y desorganización dominante). La tarde fue genial, y aunque estaba nublado, la temperatura tropical del aire y el agua nos hicieron sentir en un resort. Además se unió al partido un grupo de soldados y policías rusos y ucranianos, que trabajan aquí para la ONU. Toda una experiencia cultural y deportiva.
De derecha a izquierda: Paola, Alejandra, Belén, Claudia y la otra Carmen
Y va llegando el final del día, y de esta entrada. A eso de las 8 de la tarde toca cenar. Algunas veces vamos a la casa de alguno de los expatriados españoles, donde volvemos a los lujos del mundo desarrollado (al aire acondicionado, el vino, el jamón serrano, la tortilla de patata…). Pero lo normal es ir a la casa de los hermanos a cenar. Allí nos encontramos con los hermanos Patrick y George, y charlamos con ellos largamente sobre Liberia, África, el hospital o cualquier cosa. Ah, y de fútbol, mucho fútbol (la gente de este país es una auténtica forofa, y saben mucho de fútbol, además, saben de fútbol a nivel internacional… se lo saben todo). Poco a poco van siendo también nuestros “hermanos”, les vamos conociendo.

De derecha a izquierda: Gonzalo, Patrick, yo, George y Javi.
El hermano Patrick de visita en nuestro salón.
 Esta foto es muy representativa de sus inclinaciones.
Y para acabar, tras la cena suele tocar momento “Skype”, “Wahtsapp”, o “blog”. Llevamos tres días diciendo de ver una película después de la cena, pero la comunicación con nuestras familias y amigos gana la batalla. Nos recuerda de dónde venimos y a donde volveremos… aunque a los tres nos pasa lo mismo: es difícil expresar todo lo que aquí se vive en unos momentos de conversación. Y menos cuando son vivencias de las buenas, de esas que te van cambiando por dentro y dan los frutos cuando menos te lo esperas. ¡Ya os contaremos que sale!